Lobo López

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2 de agosto de 2011

El otro día, volví a encontrarme con Lobo López. Yo estaba mirándome al espejo en el baño de una estación de tren y él apareció ahí, a mi lado, sorbiéndose ruidosamente los mocos. Incluso en esa clase de detalles el hombre le imprime un ritmo al mundo propio sólo de superhéroes sin superpoderes.

Lobo López sigue llorando lento y por eso le duele tanto.

Salimos, nos sentamos en un banco, le tendí un pañuelo arrugado que llevaba en los entresijos del bolso negro. Durante largo rato compartimos un puente de silencio; un puente de silencio que se fue convirtiendo poco a poco en uno de esos puentes de las películas de aventuras que el protagonista siempre cruza aún sabiendo que se caerá a su paso, pero como buen protagonista sabe que el puente será benévolo y no correrá más que él; un puente de silencio que antes de venirse abajo se movió de un lado a otro con simpleza de abanico.

“¿Usted qué espera?”
“¿Yo?”, contesto, “yo no soy pera, soy manzana.”

Entonces se ríe y es la carcajada más hermosa que he visto y oído en toda mi vida, es una de esas carcajadas que se multiplican a su paso y le dan sentido al eco y de esa carcajada sale un tren que esculpe pompas de jabón en vez de humo. Reímos mucho.

Rebusco en los entresijos del bolso uno de aquellos caramelos de eucalipto que acostumbro llevar. Rebusco y se me cae al suelo un corazón rojo de fieltro rojo.

En el bolso negro que también heredé de mi hermana llevo un corazón rojo de fieltro rojo, milimétricamente cosido con grapas para que no se le escape nada y no entre cualquier cosa, aunque todos sabemos que una de las propiedades excéntricas de los corazones es que las cosas salen y entran a su antojo, es por ello que cualquier corazón que se precie es un asunto impredecible

llevo un corazón rojo de fieltro rojo que a veces se cae del bolso cuando camino por la ciudad y me agacho sorprendida y digo “oh, un corazón”, y las personas humanas lo miran sorprendidas también como si no supieran que cualquier corazón que se precie en algún momento anda por los suelos, y se queda quieto o late fuertemente para llamar la atención o deliberadamente se hace invisible para que lo pisen una y otra vez, y el corazón resulta en ocasiones tan osado que se deja pisar una y otra vez por la misma persona

llevo un corazón rojo de fieltro rojo no sé bien por qué.

Entonces Lobo me dice mientras lo levanta del suelo: “Dígale a ese chico que la próxima vez que tenga intención de pisarle el corazón, haga el favor de ponerse otros zapatos.”
“Y usted dígale a esa mujer que haga el favor de no llevar tacones,” contesto.

Reímos de nuevo, mientras Lobo deja en la palma de su mano el corazón que late.
“Se le ha caído esto,” dice mirándolo.
“Sí, del bolso”.
“No, del pecho”.

Y con una maestría largamente aprendida lo coloca de nuevo en su lugar.


P.D. En el árbol rojo de antes hay un escrito sobre Lobo López con fecha de 1 de febrero de 2007, made in México http://elarbolrojo.zoomblog.com/archivo/2007/02/01/la-verdadera-historia-de-lobo-lopez.html


Kiko Veneno y su Lobo López
http://www.youtube.com/watch?v=xo9vgZzE_WQ

1 pájaros en el árbol:

María Tabares dijo...

¡Qué belleza de texto! ¡De historia, de hombre y de mujer, de escritora, de corazón! Lo disfruté muchísimo. Más, más, más...
Prrprprprprprprrrrrrr.
(Recordé a Cortazar mientras lo leía. Así su calidad)

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