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I

Apuro el paso. Las turbulencias en el avión antes de aterrizar son una tontería si las comparo con las de mi corazón. Apuro el paso. En la secuencia del pasillo adelanto otras formas de llegar, otros zapatos que ya quieren aterrizar en la frondosidad de un abrazo largamente deseado. Los papeles de migración. Mi pasaporte. "Pásele". El señor de migración lee que voy a Oaxaca y me acerca su teléfono para que escuche. "¿Conoce?" "Es 'El feo'." "Música de mi tierra." "Adoro su tierra." "Bienvenida, señorita, que le vaya bonito."  "¡Ay! Muchísimas gracias. ¡Igualmente!" Apuro el paso. La maleta tarda en salir muy poco. Relativizo. Me parece demasiado tiempo. Camino como animal enjaulado. Violeta, la maleta, anochece sobre la cinta. Apuro el paso. Aduanas. aprieto el botón. Verde. Apuro el paso. Mi corazón es una migración de pájaros. Mi cabeza el espejismo de un dolor insomne. Apuro el paso. Meme, Lauri. Nicole. Apuro el paso. Lauri, Nicole, Meme. Apuro el paso. Nicole, Meme, Lauri. Mi corazón tiene cuatro años más que la última vez que conspiramos pero ahora que os vuelvo a ver vuela más alto.

(recuérdenme por qué titubeaban los cactus sobre el empedrado de la noche/ las sílabas de la constancia eran como señales de tráfico despertándose de un viaje/ bajábamos las escaleras del metro de dos en dos y corríamos con la conciencia descalza/ dejando atrás los diptongos de la noche/ convertidos ocasionalmente en estrellas fugaces)

II

Nicole labios pintados de rojo. Lauri llanto emocionado. Meme risa brota arroja la barbilla del miedo a un incendio de grillos. Abrazo a una, a otra, a otra. A las tres. Mitocondria diría Lauri. Tanta emoción sólo me puede llenar el corazón de estrellas. México mágico. Las brujas me reciben en el aeropuerto y el fuego baila tan adentro del miedo a quemarse que pensar en cenizas se convierte en una torpeza sublime.

Somos cuatro niñas atravesando el bosque de la noche. Simbióticas maneras de estar en el mundo nos salen al paso como obreros custodiando un tramo de carretera en obras.

El viaje es un cartel en una puerta "Vuelvo en 5 minutos".
El viaje es un broche en el pecho de alguien que no cierra.
El viaje soy yo sin tener que irme a ningún sitio ni tener que regresar a alguna parte.

III

El tratado filosófico referente a la importancia de la lechuga en la vida de los sopes y en la mía propia es algo que dejaré para otro día. Pero Lauri me preparó sopes para recibirme.
En su casa dos nuevas caras me bendicen con una sonrisa largamente esperada.

Podría bailar toda la noche sobre un comal encendido.

Lauri tus sopes son versos en mi boca/ Lauri este tiempo donde lloré nopales y mastiqué espinas/Lauri los soles como vosotras brillan incluso en noches estrelladas.

Como el sol al mediodía

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Aquella noche conocí a un hombre que me recordó a ti, con la perspectiva que dan –si la dan­– los años que pasan. Pretendía enjaular al Sol, ponerle grilletes y azotarlo con rayos de Luna. Me dijo que era una causa poética. Un acto de insumisión. Una rebeldía azarosa. Me pareció cursi. Un poco empalagoso,  incluso. Se lo hice saber y se ofendió como si nos conociéramos de hace tiempo. Me callé, precisamente por eso. El tiempo y yo nos metemos en líos por no detenernos –a tiempo–. Me callé y presté la atención deseada. Pareció notarlo y sacó una partitura poética de debajo de la lengua. La lengua que hablaba y la que se movía no tenían nada en común. Era tan atractivo que podía haber estado callado un rato. Pero su lengua quería llegar a un sitio para el que no estaba preparada. Me fui a dormir cuando la camarera apagó las estrellas. Lo dejé ensoñando un baño de nubes estelares. Al día siguiente mi cara de sueño y mi cuerpo recién levantado salieron de paseo temprano, guiados por la correa de Isla que, zalamera, daba los buenos días al mundo con sencillos lametones al aire. Un operario del ayuntamiento grapaba con esmero las aceras al suelo. Los filamentos de las bombillas contagiaban sus bostezos al dobladillo de las esquinas y su súplica de oxigenarse a las flores más perezosas. Yo todavía llevaba pegada en la nuca la respiración de nuestro último encuentro. No llovía sobre el mundo, pero sí sobre mi cuello. Caminé con Isla al borde del mar. Era noviembre y aún no llegábamos tarde a cualquier sitio. Al pasar por delante del bar el hombre poético estaba en aquella misma terraza con cara de circunloquio. Sentado a la deriva una pequeña palmera en flor le daba sombra y los buenos días. Guardaba en el lagrimal semillas de cilantro. Me miró y dijo “Definitivamente las jaulas sólo son para los sueños.” Por no llevarle la contraria Isla le hizo pis en un pie y su despreocupación canina nos sacó de allí enseguida. Antes de entrar en casa oímos a lo lejos el estruendo de un sueño que se cumple. Isla soltó un ladrido. Los perros saben de estas cosas. Las huelen de lejos. Las ven de cerca. Yo me suelo enterar cuando ya pasó todo. Me despierto en las películas cuando ponen las letras del final. Esas letras están hechas para la gente como yo “Uy, llegué a las letras”. Y parece que estamos menos perdidos. O nos lo parece a nosotros. Los perros en cambio parece que saben siempre a donde van. Y aunque no lo sepan siempre llegan a algún sitio y se alegran. Son como el Sol al mediodía. Se alegran. El Sol. El mediodía. Los perros. La alegría. Me pregunto si el hombre que me recordó a ti es de los que ladran o de los que se alegran.